Milagros del Beato Juan Martín Moye


-El Objetivo de este Módulo es “Motivar a los laicos a conocer con profundidad a Juan Martín Moyë, Fundador de las Hermanas de la Providencia, sus orígenes; e iniciar con ellos un proceso de identidad con el Carisma Providencia, para dinamizar con esta espiritualidad los diversos campos apostólicos y afrontar con valentía los retos actuales para ser hoy los Multiplicadores del Amor Providente de Dios”. (Módulo: Identidad Providencia) Hemos tratado de presentar este trabajo lo más completo posible, dentro de nuestras limitaciones, para tener una idea integral de la vida de Juan Martín Moyë, de los orígenes de la Congregación, de la llegada de las Hermanas de la Providencia a nuestro país y de las obras de la Providencia en el Ecuador. Anhelamos que la lectura, el estudio, la reflexión y la oración en torno a todos los temas expuestos, dejen en nosotros huellas de un compromiso serio que nos lleve a ser providencia en el mundo, y que la intercesión de nuestro Beato nos alcance el don de trabajar en unidad fraterna con nuestros Laicos Providencia. Sor María Isabel Cabezas.Menos todavía que en Lorena, M. Moyë podía escapar a las contradicciones en China. El más rudo adversario fue un joven misionero, doctor en teología, Juan Didier de San Martín, que resintió la influencia de Moyë porque no se privaba de hacerle algunas observaciones desagradables sobre la manera de administrar su distrito, el menos floreciente de todos. Juan Didier acertó a colocarse cerca del vicario apostólico, Pottier, quien, muy fatigado, le dejaba una parte de su carga y terminó por hacerlo su coadjutor. Pronto vióse el resultado de sus intrigas. Juan Didier publicó las oraciones compuestas por Moyë, haciéndoles, sin prevenirlo, importantes modificaciones. Las vírgenes cristianas tropezaban con toda clase de molestias; Francisca Yen, una de las mejores, murió de pesar. El vicario apostólico, tan favorable al principio, se mantuvo en reserva, mientras que Didier pretendía tornar por su cuenta las ideas de Moyë para mejorarlas.
Perseguido por los paganos, contrariado por los cristianos, imposibilitado para alimentarse convenientemente -su estómago no soportaba el arroz-, todo se sumó para hacer insoportable la vida en China a M. Moyë. Preguntó al vicario apostólico y a algunos compañeros si no sería mejor que él volviera a Europa. Después de algunas dudas, ellos se inclinaron por la afirmación, y la Propaganda debió, en seguida, reconocer la legitimidad de su partida. Visitó por última vez a sus cristianos, multiplicó las recomendaciones a las vírgenes cristianas y dejó la China el 2 de julio de 1783. Su viaje de regreso duró cerca de un año, que aprovechó para escribir el relato de su apostolado. Llegó a París en junio de 1784. Algunos meses antes, la Propaganda había dado instrucciones en las que, siempre recordando las reglas de la prudencia, confirmaba la acción de Moyë en China y aseguraba, en lo sucesivo, a las vírgenes cristianas y sus escuelas.
Se habría podido creer que la experiencia adquirida por M. Moyë sería utilizada en el seminario de Misiones Extranjeras, pero el procurador de Macao, Descourvieres y Mons. Pottier habían formulado críticas contra él, que, aunque injustificadas, causaron mala impresión en los directores del seminario. Sin pedirle que abandonara la congregación, le dejaron retornar a su Lorena natal, donde su vuelta fue, por cierto, mal interpretada. Durante su ausencia, las «Hermanas de la Providencia» habían prosperado. Eran ya sesenta en cuarenta pequeñas escuelas. M. Raulin, que lo había reemplazado, le devolvió, sin segunda intención, sus derechos de fundador. Él se reincorporó al punto a la obra, reunió a las hermanas para darles retiros y creó un nuevo noviciado en su pueblo natal de Cutting, donde fijó el centro de su apostolado.

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